Felices años veinte

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Nada que no sea estrictamente cronológico empieza, ni acaba, con las doce campanadas de un reloj, pero los cambios de década parecen propicios para levantar la vista y mirar más allá, escudriñar el pasado y el futuro, para ver hacia dónde vamos y de dónde venimos.

Al hacerlo, en este momento, es inevitable la referencia de los felices años veinte del siglo pasado, los también llamados años locos. Fue una década de excitación, en la que terminó abriéndose paso una nueva y más rápida forma de vivir, pero también de grandes transformaciones, de creciente confianza en la tecnología, de progreso, en una palabra, que todos sabemos cómo acabó, con el crac del 29 y el auge de los fascismos, que supieron cautivar a la sociedad.

Nosotros empezamos nuestros años veinte con una cierta ventaja, con el crac ya hecho, aunque todavía estemos pagando sus consecuencias, y una memoria histórica que actúa como recordatorio de lo frágil que es la democracia, de cómo la libertad puede retroceder cuando las fuerzas políticas se olvidan de defenderla día a día y de los efectos que produce la manipulación y el fomento del odio.

La Gran Recesión de 2008 nos ha hecho pagar a casi todos, las consecuencias de los desmanes del capitalismo financiero y corporativo internacional y los efectos de las malas decisiones de la Unión Europea y los gobiernos nacionales, con su llamada política de austeridad, una carga de profundidad contra el estado de bienestar que ha dejado a muchos ciudadanos desprotegidos. Este error de los gobiernos democráticos, es el que ahora está alimentando el éxito de los dirigentes autoritarios que ofrecen protección a cambio de restringir libertades individuales y políticas fundamentales.

Como nos ha recordado Antón Costas, el escritor norteamericano Mark Twain señaló que “la historia no se repite, pero rima”. Hoy muchas circunstancias riman con las de la década de los veinte del siglo pasado. En aquella etapa hubo dos tipos de respuestas a la demanda de protección de la sociedad frente al intento de imponer la utopía del libre mercado. La de los demócratas progresistas, representada por la política del Franklin Delano Roosevelt, el new deal (contrato social), y la protofascista, protagonizada por la política de austeridad del canciller alemán Heinrich Brüning. La primera salvó a la democracia estadounidense. La segunda fue una invitación a la llegada del fascismo a toda Europa.

Estamos viendo reproducirse nuevamente aquel enfrentamiento entre progresistas y fascistas, en una versión actualizada, y la felicidad de nuestros locos años veinte dependerá del camino que emprendamos para llevar a cabo las grandes transformaciones que necesitamos.