De murciélagos, pangolines, papel higiénico y bidés

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Allá por marzo, comenzamos una de las ascensiones más rápidas y dramáticas de nuestra vida, hasta ahora por lo menos. En unas semanas, alcanzamos el pico y, tras doblegar la curva, hemos tenido que transitar por una larga meseta antes de comenzar a desescalar.

Mientras descendemos, vamos recordando algunos de los aspectos que por el camino han llamado nuestra atención. Unos más importantes; otros, quizá, más anecdóticos. Entre los primeros, lo relacionado con las teorías sobre el origen del desastre, que puede ser, y probablemente así quedará para siempre, el siguiente: En algún lugar cercano a Wuhan, un murciélago que revoloteaba en zigzag por el estrellado cielo chino, había dejado entre el follaje del bosque un rastro de coronavirus en sus excrementos. Un pangolín, que buscaba insectos para la cena entre las hojas y que había tomado contacto con los mismos, cae en manos de un anciano cazador. A primera hora de la mañana, Zheng Li llega al mercado de Huanan, satisfecho con la pieza que ha capturado en el bosque y, prácticamente, se lo quitan de las manos. Así nace una pandemia global. Esta es, al parecer, la cadena de transmisión del coronavirus al paciente cero. Cualquier amago de desviar el punto de mira, cualquier referencia al Laboratorio Nacional de Bioseguridad de Wuhan o a las dependencias del Instituto de Virología que se encuentran a 280 metros del mercado, resultan conspiranoicos.

Otro aspecto, más anecdótico, desde luego, pero que tiene su enjundia, es el relacionado con el aprovisionamiento para la travesía. En un momento de aprensión colectiva, a todos nos sorprendió el afán compulsivo con el que muchos compañeros de escalada acaparaban papel higiénico en los supermercados. Un producto que, por cierto, también nos llegó de China: su uso está documentado ya en las dinastías Yuan y Ming. No sé, debe haber algo que, sin necesidad de recurrir a Freud, explique esta desmesura: ¡el bien más preciado, en el combate contra una infección respiratoria! He leído que, una vez asegurado el alimento, el papel higiénico ofrece esa seguridad última, tan íntima y personal, en el momento de cerrar el ciclo. ¡Buah!

Pero más sorprendente aún, resulta la dimensión humana, global, alcanzada, que lo ha convertido en icono de la pandemia, porque este comportamiento se ha hecho viral y su escasez ha provocado reacciones diversas en todo el mundo. En Australia, por ejemplo, han tenido que poner severos límites a este impulso acaparador. En la cadena de supermercados más importante del país, Woolworths, solo se han podido adquirir cuatro packs de papel higiénico por cada compra. Quizá por ello, en la ciudad de Darwin, probablemente recordando la utilidad del papel de periódico en otras épocas, el diario NT News ha tenido la curiosa iniciativa de incluir, en el interior de su edición del 5 de marzo, un especial de ocho páginas en blanco, con líneas de puntos para recortarlas y usar en caso de emergencia –como indican en la cabecera que abre esta entrada–; porque nos preocupamos por las necesidades de nuestros lectores, –añade su editor Matt Williams. Una preocupación que también se ha vivido con especial interés en las redes sociales a través de hashtags como #ToiletPaperEmergency o #ToiletPaperApocalypse.

Los norteamericanos, sin embargo, siempre tan ingeniosos, han apostado por otro tipo de soluciones a la pandemia, creando comunidades de supervivencia con búnker incluido. Fortitude Ranch, en las afueras de Kansas, o Vivos xPoint, en Dakota del Sur, ofrecen refugios con detectores de patógenos, incluido el coronavirus, en los que el bidé es el elemento revelación para resistir al Apocalipsis. The Wall Street Journal afirma que, desde marzo, sus ventas se han multiplicado por ocho, y los búnkeres de alta gama han sido los primeros en instalar uno en cada baño. Estima Euromonitor que un bidé reduce el consumo de papel higiénico en un 75%. ¿Qué más se puede pedir?

Bueno, todo va a cambiar, dicen. Sí, abundan los ejercicios de clarividencia que auguran cambios de todo tipo. Yo me conformo con que recuperemos el sentido común.

Por cierto, si Zheng Li existe y llega a leer esto, le pido disculpas.

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